domingo, 29 de noviembre de 2015

"LAS MUERTAS" de Rosa Díaz. ACTO DE PRESENTACIÓN








Está la izquierda bajo mi cabeza 
y su diestra me abraza.

Cantar de los Cantares, 8, 3


       De la mujer que duerme
       
Sonrió con incredulidad, 
como Sara cuando vio pasar el vaticinio de su alumbramiento 
delante de su tienda.

Se había relajado en los afeites. Guardó el óleo de la mirra.
Dejó de ponerse la alheña en el pelo
y de separar las piernas para el que envejeció.

¡El que llegaba ahora, era tan mayor y tan comprometido
cuando la vida los hizo coincidir,
que rechazó sus ojos y dobló su recuerdo…! 

Se enteró de su muerte 
cuando el hombre santo dijo su nombre
y vio pasar llorando a todas las mujeres de su casa.

Quizás por eso sonrió incrédula, o tal vez sería 
porque él regresaba desde su mejor edad: 
                                                                        
                                                      Le cosió los besos en sus labios,
lo condujo a la casa de sus padres,
a la cama donde lo vinieron a concebir.

Separó su vestido, sintió la prisa de su corazón,
succionó el grano dulce de sus frutas,
agitó el pistilo de la escondida orquídea de su sexo.
Hizo rebozar el pozo de la carestía, propició el arcano
y entró al sendero como ave en el nido,
como pez en el agua nadando a lo profundo;
balanceándose, 
huyendo, 
contaminándola con su cadencia
hasta el golpeteo de los relámpagos y los rayos,
hasta la rendición del último gemido.

A la mujer que no tiñe su pelo con alheña
y luce su edad como una joya,
la cubrió el guardado en los pabellones de la muerte, 
el que oculta el tiempo en otro tiempo, y en el sueño encuentra lo que  no tiene fin.

Tomó en prenda su manto y se lo devolvió al amanecer. 
Y dormida la dejó sin romperla ni mancharla: 
                                                                                Limpia su alma, 
limpia la sábana de su ajuar.


Rosa Díaz

Del libro, Las muertas
Editorial Zurgai, Bilbao, 2015
      
       

martes, 17 de noviembre de 2015

SOLEARES RODKABILLYS II



Un concurso de traslados vino a adjudicarme  plaza de docente en un pueblo de una comarca agrícola de Huelva, en donde la fresa, vino  a sumarse al jamón de la sierra y a la gamba de la costa y así conformar el triángulo mágico de productos gastronómicos de esta provincia. Fue en los años 60 cuando un empresario sevillano  introdujo las primeras matas traídas de California y emprendió su cultivo en esta tierra que por su fertilidad y  microclima (muchas horas de sol en primavera y una escasa oscilación térmica entre el día y la noche), desde entonces hasta hoy son miles de hectáreas destinadas a este cultivo y toneladas de fresas las que salen de estos campos. Como la campaña de este producto dura solo unos meses, recientemente se han introducido otros cultivos también de frutos rojos, la frambuesa, la mora y los arándanos, que ni olemos ni saboreamos aquí porque de las matas van directos a Centroeuropa. Esta enorme producción atrajo la mano de obra migrante, a la primigenia marroquí se sumaron los procedentes de Rumanía, orígenes que conforma básicamente el casi 20% de la población de procedencia extranjera en esta localidad.

Cuando yo (y cualquiera) llegué allí y me dieron los listados de los grupos asignados, pasar los nombres extraños de los alumnos-as al cuaderno fue el primer contacto con el mapa variopinto que luego me encontré en las aulas. La evidente desventaja de la que parte el alumnado extranjero hace que se ejerza la empatía natural e innata, esa cualidad que la traslada a una misma a una banca donde pasa seis horas del día de lunes a viernes en un lugar donde te cuesta comprender el idioma y donde eres minoría. Así, estos jóvenes para mí fueron mis debilidades y rápidamente me hice de su conocimiento y confianza. 

A mí me gusta salir del centro cuando tengo un hueco. En los primeros días de este destino, localicé un bar en la travesía que me pilla cerca y está situado en una esquina donde a media mañana da el sol. Y desde entonces, un día de la semana cambio la cafetería del centro y la compañía de los colegas y me tomo el café en su terraza, por el gusto a airearme, compartir otras conversaciones, y nutrirme de vitamina D. Me gusta estar al día de lo que ocurre en el pueblo, y su dueño, un hombre de mi edad que después de tantos años puedo considerar amigo, me pone al día a la respuesta de "Alfonso, ¿alguna novedad esta semana?". Por él sé a cuánto está el jornal en la temporada, cómo funciona la economía sumergida, hasta dónde llegan los índices de subsidiados en el pueblo, por qué este pueblo está dividido en dos hermandades y la competencia que tienen entre ellas, le enorme afición a la caza de aves, la importante cría caballar y su comercio, a cuánto está un caballo domado o sin domar, las pequeñas mafias que se están formando y que todo el mundo conoce pero se mira a otro lado, o saber que los empresarios prefieren contratar a mujeres porque al ser necesario estar a ras de tierra para la recolección, la constitución de las caderas y la flexibilidad de la mujer,  hace que se quejen menos y puedan echar más horas... en fin, cosas todas que como se puede apreciar invitan a la depresión... Pero a mí me me gusta conocer el contexto por curiosidad y porque es una información básica para no ejercer de funcionaria que ficha a una hora y sale de su centro de trabajo sin saber qué se respira tras el edificio. Creo que es fundamental además, cuando estamos trabajando directamente con un sector de esa población que en esos año se está forjando. La clientela de este bar es marroquí y rumana y algunos vejetes del pueblo. Te sientas allí y lo que menos escuchas hablar es español. Me podría ir a  la cafetería de la acera de enfrente, pero allí solo da la sombra y el camarero no es Alfonso.

Hace un par de años o tres (no recuerdo bien), en una de esas salidas, mientras buscaba el tabaco en el bolso, un marroquí que estaba sentado en la mesa de junto me birló el móvil que tenía en la mesa, y junto con su acompañante se dieron a la fuga en un abrir y cerrar de ojos. ¡Mi primer smartphone! ¡Qué putada! Puse la denuncia, me volví al centro y difundí que un marroquí me había robado el móvil. No iba a evitar la evidente nacionalidad del individuo, sería absurdo y ridículo. Y misteriosamente mi móvil apareció al día siguiente tirado en un rincón de un pasillo. De auténtico milagro fue calificado.

Evidentemente, alguno de mis alumnos se enteraría quién fue el compatriota que hizo tan mala práctica con su profesora, y al trueque o por el "hoy por ti y mañana por mí", recuperó el aparato. Por lo mismo que he sido la única profesora del centro que en su historia fue invitada a una boda gitana, y por supuesto allí estaba yo con un atuendo agitanado, eso sí, sin atreverme con el Yeli y yeli.

Después de tantas experiencias, yo me otorgo la capacidad y ejerzo la necesidad y responsabilidad de decir algo sobre lo que está pasando, y lo decía ayer, para esto y para saber algo más de las cosas que me gustan tengo yo un blog, ajena a las redes sociales donde no es posible el diálogo (para qué) y al límite de caracteres,  el soliloquio que me traigo pensando en voz alta cuando clico en "publicar" es menos estresante y me satisface más.


En estos dos días laborales me he encontrado a unos jóvenes ávidos de hablar sobre lo que ha pasado en París, y en todos he dedicado unos buenos minutos a escuchar a estos adolescentes que transmiten preocupación, confusión, incomprensión, miedo de cara al viaje de fin de curso a Londres. Andando por el filo de la dialéctica, todos se han ido pronunciando con el máximo respeto hacia la religión de sus compañeros marroquíes, y nadie, ni ellos ni yo, nos hemos atrevido a solicitar sus intervenciones ni siquiera para la condena colectiva de lo crímenes. Tras este ejercicio, he salido de las aulas reconfortada por esos hombre y mujeres del mañana que, aun sin formar intelectualmente, practican el sentido común y el respeto, tanto para los que hablan como para los que callan.  ¿Por qué callan? Más adelante expresaré mi diagnóstico. Pero yo les he puesto una tarea a todos, porque quiero escuchar los soliloquios de todos: a modo de redacción para la evaluación de la asignatura, me tienen que presentar una reflexión sobre la violencia, de todo lo que me presenten, se elaborará un manifiesto que leeremos para todo el centro el día 4 del mes que viene con el liderazgo de la dirección que ha asumido la propuesta. Y ya veré lo que me encuentro.

¿Por qué estos adolescentes han callado? Porque no se ha producido la integración de la comunidad marroquí, ni aquí, ni en ningún lugar, por la sencilla razón de que hablan en otro código cultural que es su seña de identidad inherente. La identidad no es para con el territorio que sus padres dejaron atrás, como es el caso de tantos hijos de andaluces que emigraron hacia tantos países, por ejemplo, el sentimiento de identidad que todos necesitamos es para y por una religión que llevan por delante. Y ese código y esa seña de identidad es el Islam.

No, que no me venga nadie a convencerme de que somos culpables de este aislamiento. Somos culpables de otras cosas se vienen a sumar a este conglomerado que lo hace sumamente complejo. Pero la progresía que no es capaz de ver la realidad y torpemente e irresponsablemente se instala en el flowers happy, no quiere o no puede ver la realidad de las cosas y ponerle su nombre, que desde luego no es el simplista "venganza" ni "imperialismo capitalista". Otro chasco que me llevo. Manejan el discurso de la autoinculpación de nuestra sociedad por no haber integrado con justicia a todo esta población migrante de cultura islámica, queriendo hacer ver que estas comunidades se sienten discriminadas entre nosotros por nuestra culpa. Miren ustedes, ni yo ni nuestro sistema de valores, ni siquiera nuestro sistema económico y social injusto para con todos, es el sumo culpable de esta no integración.

Es esta cultura, la del islam, las que les impide integrarse en otro modelo. Y ese modelo, nuestro modelo, que estará cargado de contradicciones y de imperfecciones,  es a día de hoy el que más respeta a la condición humana y a los principios fundamentales de libertad y de igualdad.

Yo tengo una alumna desde hace cuatro años, la voy a llamar Fátima. Al ser un pueblo epicentro de una manifestación religiosa-folclórica que sale de estas fronteras y convivir en los meses de primavera con niñas que llevan al cuello colgado el medallón de su correspondiente hermandad local (que manda narices), es fácil que se sepa, o yo al menos no lo oculto, nuestra postura y opinión con respecto a estas tradiciones. Esta niña es ejemplar en su comportamiento, aplicada y responsable, pero ni yo ni ninguno de mis compañeros ha conseguido sentar a Fátima en una banca junto con otra niña que no sea marroquí. Y todos la respetamos. Un día se acercó a mí en un cambio de clase para decirme que cómo yo no creía en dios, que eso no podía ser, que yo era muy buena y que tenía que creer. Yo le di la laxa explicación de que en lo único que creía era en las personas, como en ella por ejemplo. Con movimientos bruscos de cabeza, negaba mi respuesta, y concluyó diciendo que entonces yo no era buena.

Ella quiso salvarme. Me dio esa oportunidad. Yo a esta niña, que también tuve a su hermana, el año pasado, tras cumplir los dieciséis años, cuando vino con el pañuelo en la cabeza, le regalé dos pañuelos de seda que me regalaron y que jamás usé porque no me gusta esa prenda. A quién mejor que a ella que quiso "echarme una mano". Pero con este gesto, con ningún gesto, yo sé que yo no soy válida en el mundo y la mente de esta niña. Lastimosamente es así. Y esos pañuelos simbolizan la cantidad de recursos económicos y humanos que hemos puesto todos al servicio de la inmersión lingüística, educativa, laboral, social. A mí no se me ocurriría cuestionar que Francia o Bélgica no han invertido más y mejor que España lo está haciendo. Y aun así, se podrían discutir los modelos. 

No les gusta como somos, como pensamos, como nos comportamos. Vemos cada día como en los patios de recreo se ennovian  ruman@s, polac@s, chin@s con los propios del lugar. Jamás hemos sido testigo de que brotara el amor en estos adolescentes con cualquiera que no comparta su cultura. Ni el amor, eso que decimos que lo puede todo.  No lo pueden ni siquiera experimentar,  porque el sentido de la vida es radicalmente opuesto. Occidente dejó en el medioevo  el sentido de la vida como valle de lágrimas y condescendencia al destino de cada individuo que guardaría para el paraíso la recompensa. Y llegaron términos como  "goce", "felicidad", "política", "división de poderes", "ciencia", "razón", "derechos del hombre", "justicia universal", que nos empujaron a vivir y a dejar vivir. Pero el islam sigue instalado en la existencia de la vida como tránsito hacia un mundo intangible fabricado por ellos mismos, para ellos mismos.

Estos jóvenes aguantan y aguantan en silencio las cosas que no les gustan en las bancas escolares de cada día: desde la ropa, los modales, el ocio, los currículos escolares (ya escribiré otra experiencia reciente), las películas y vídeos que les ponemos, la literatura y textos. Mientras, se reafirman en su identidad, fabricando en sus cabezas muros de contención para que no los contaminen.  


[...]

ELLA QUISO SALVARME DE LA LIBERTAD.