ANTONIO MACHADO
I. VIDA
Antonio Machado Ruiz nació en Sevilla el 26 de julio de 1875 en
unas dependencias del Palacio de las Dueñas, propiedad del Duque de Alba, quien
las alquilaba a distintas familias de escritores, pintores, etc. Su padre,
Antonio Machado Álvarez, era un eminente folklorista. En 1883, se traslada la
familia a Madrid. Antonio y sus hermanos estudian en la Institución Libre de
Enseñanza. Al morir su padre (1893) y su abuelo (1895) -figura clave en su
familia-, sobrevienen dificultades económicas. Antonio trabaja como actor
teatral, pero en 1899 –con su hermano Manuel- se traslada a París. Allí trabaja
como traductor y entre en contacto con la vida literaria parisiense; en una
segunda estancia en París (1902) conoce a Rubén Darío, con quien le unirán
mutuos lazos de admiración. De nuevo en Madrid, colabora en la revista
modernista Helios (cuyo redactor jefe es Juan Ramón Jiménez) y vive
intensamente las preocupaciones de los jóvenes grupos literarios. La
publicación de Soledades (1903) lo revela como poeta extraordinario. En 1906
abandona sus hábitos bohemios y decide emanciparse económicamente opositando a
cátedras de Francés de Institutos de Enseñanza Media; en abril de 1907 obtiene
el nombramiento para Soria. Allí pasará una etapa fundamental de su vida,
poderosamente atraído por esta región central de España, austera y pedregosa.
Tras vivir dos años en la vieja y tranquila ciudad, en su meseta alta y helada,
Machado, que tiene entonces treinta y cuatro años, contrae matrimonio el 30 de junio
de 1909 con una muchacha de dieciséis, Leonor Izquierdo Cuevas, hija de los
patrones de la pensión donde vive. Por poco tiempo Leonor llena su gran soledad
íntima con un amor tierno y profundo, porque en 1911, mientras se encuentra
visitando París, la joven esposa de Machado muestra los primeros síntomas de
que se está muriendo de tuberculosis. En Soria, durante un año, el poeta la
cuida desesperadamente, pero Leonor muere el 1 de agosto de 1912. Después de su
muerte se traslada a otra tranquila población provinciana, Baeza, en la parte
norte de su Andalucía natal, donde sigue escribiendo poemas que se incorporan a
la edición de 1917 de Campos de Castilla, pero su corazón queda en Soria, en el
“alto Espino”, el cementerio donde reposa Leonor. Después de la muerte de
Leonor, Machado confiesa que sus facultades poéticas están exhaustas: “Se ha
dormido la voz en mi garganta” (CXLI); hasta el final de su vida, sin embargo,
es capaz de escribir poemas magníficos, con todo el vigor y la belleza de su
primera voz poética, pero raramente los escribe. En Baeza empieza a dedicar
cada vez más tiempo al estudio de la filosofía y a expresar sus propias
reflexiones filosóficas en aforismos como los de “Proverbios y cantares” de
Campos de Castilla (CXXXVI) y Nuevas canciones (CLXI). Es también por esta
época cuando inventa sus dos “profesores apócrifos”, Abel Martín y Juan de
Mairena. Machado finge recopilar sus poemas, frases y fragmentos de clases y
conferencias, acompañándolos de sus propios comentarios, lo cual le permite
prolongar su continuo diálogo consigo mismo y presentar ideas suyas dentro de
un marco abierto en el que la ironía le evita tener que hablar abiertamente. En
1918 se doctora en Filosofía y Letras y en 1919, se traslada a Segovia, en
donde desarrolla una intensa actividad de cultura popular; pasa gran parte de
este tiempo en la cercana Madrid. Es elegido miembro de la Real Academia
Española en 1927, cuyo discurso de ingreso nunca llega a leer. Conoce por
entonces a Pilar Valderrama que se convierte en un amor otoñal, pero muy feliz;
es la Guiomar de sus últimos poemas amorosos, puesto que se trata de una señora
casada. Y en 1931, obtiene una cátedra en el Instituto Cervantes, de Madrid.
Cuando se proclama la República, se consagra a los proyectos culturales y
educativos del nuevo régimen, y en el curso de la guerra permanece en España
escribiendo y dando conferencias al servicio de la causa republicana en la
medida en la que se lo permite su quebrantada salud. En Madrid le sorprende la
guerra. Firme partidario de la República, tiene que trasladarse a Valencia; en
un pueblecito vecino, Rocafort, vive y escribe en defensa de su España, hasta
1938, en que va a Barcelona. El avance final de los ejércitos nacionales le
obliga por fin a salir de España, cruza los Pirineos con su anciana madre una
fría noche de enero de 1939 y va a refugiarse en el pequeño puerto francés de
Collioure. Ambos, muy enfermos, son acogidos en un hotelito de esta localidad.
Allí, el 22 de febrero de 1939, muere y es enterrado un mes más tarde en la
tumba de la generosa dueña del hotel donde aún siguen sus restos mortales. Dos
días después fallece su madre, que descansa junto a él. Algunos días después,
su hermano José encuentra un trozo de papel arrugado donde hay tres anotaciones
a lápiz: “Ser o no ser” (del monólogo de Hamlet), un solo verso: “Estos días
azules y este sol de la infancia”, y una redondilla, variante de otra escrita
en Otras canciones a Guiomar: “Y te daré mi canción: / ‘Se canta lo que se
pierde’ / con un papagayo verde / que la diga en tu balcón”.
II. ADSCRIPCIÓN Y TRAYECTORIA.
Aunque influido por
el modernismo y el simbolismo, algunos críticos opinan que su obra es expresión
lírica del ideario de la Generación del 98. Pero, en honor a la verdad, su obra
siempre ha sido piedra de toque de las habituales divisiones entre Modernismo y
la antedicha Generación del 98. Ahora que parece prevalecer entre los críticos
la idea más integradora de modernisno o el concepto más generalizador de
“crisis de fin de siglo”, se puede examinar la situación de un escritor cuya
fecha de nacimiento lo coloca en la frontera temporal de los escritores
finiseculares y la promoción siguiente. Es evidente, con todo, que Machado fue
un modernista: a través de la percepción modernista, leyó a Bécquer, de quien
aprendió mucho y creyó entender el mundo de los poetas medievales como
Manrique, pero, sobre todo, debió mucho a Rubén Darío. De todos modos, muy
pronto reaccionó contra los excesos de la nueva literatura y se lanzó la
búsqueda de un espiritualismo reformista de carácter absolutamente personal.
Desde 1904 comenzó una larga admiración por Unamuno de quien Machado siempre
señaló su entrega a la educación de la nación española y su ilimitada capacidad
de indignación contra “la espesa costra de nuestra vanidad, de nuestra
somnolencia”. Pero Machado no se sintió parte de la promoción finisecular y de
sus angustiosas cavilaciones (“Una España joven”, CXLIV). La identificación de
Machado hacia 1913 con un vago proyecto político liberal-radical-nacionalista
(Unamuno, Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Pío Baroja, Valle-Inclán) y con
su proyección estética en la vida española supuso un soplo de aire fresco en su
propia vida creadora. Tampoco aceptó Machado la nueva literatura vanguardista
pocos años después; creía que sus metáforas eran puros conceptos intelectuales
convertidos en enigmas descifrables y que carecían de la capacidad de evocación
que él y otros habían buscado en sus símbolos. Para colmo, los nuevos
declaraban admirar a Góngora en su centenario de 1927 y él era un veterano
antibarroco. Como le sucedió a Pío Baroja, también Machado sintió vivir el fin
de una época. Pero si bien Baroja no veía ninguna salida, ni le importaba mucho
que la hubiere, nuestro poeta deseaba con fervor algo diferente. En el marco de
esta esperanza personal debe entenderse el presunto acercamiento del viejo
escritor a los más jóvenes de la izquierda revolucionaria en los años 30. Sus
ideas se radicalizarán con el tiempo, sobre todo al contacto con las
desigualdades sociales de Andalucía y ante el incremento de los movimientos
obreros, con los que simpatizó pronto. Su ideal de fraternidad le llevó, en los
últimos años, a proclamaciones netamente revolucionarias. Así puede verse, con
más precisión, hasta qué punto su trayectoria ideológica es opuesta a los
“noventayochistas”, y cuán poco afortunada era su adscripción al “98”. El
propio Machado afirmó, al referirse a los escritores del 98: “Mi relación con
aquellos hombres […] es la de un discípulo con sus maestros”. De hecho, estas
relaciones –tal como se ha afirmado- fueron más bien tardías y escasas; admiró,
sobre todo, a Unamuno, pese a sus crecientes diferencias ideológicas. Y de lo
que no hay duda es de que, en sus comienzos sobre todo, trató con mucha
asiduidad a escritores como Rubén Darío, Valle-Inclán, Juan Ramón, Villaespesa,
etc. Mostró hasta el final de su vida una ejemplar consecuencia con sus
convicciones profundas. Estuvo, según sus palabras, “a la altura de las
circunstancias”.
III. TEMAS DE LA POESÍA DE ANTONIO MACHADO
Tal como afirma
José-Carlos Mainer, la poesía machadiana es un universo cerrado de símbolos, de
temas recurrentes que forman una constante a lo largo de su vida y que dan un
sentido unitario, tal como se ha comentado, a su obra. Machado afirma que
existen hondas palpitaciones del espíritu que no pueden expresarse en el
lenguaje corriente, y el poeta, para comunicar su experiencia, debe recurrir al
lenguaje figurado, a los símbolos, a las imágenes y a las metáforas.
1) El tiempo. Antonio Machado se llama a sí mismo “poeta
del tiempo”; él entiende el tiempo como algo vivo, personal, no como concepto o
abstracción. Es la duración limitada, la historia individual de cada ser –de su
propio ser-, que se hace, que pasa, pero que permanece en el recuerdo, donde se
borran los límites personales. Esta sensibilidad exacerbada para el devenir de
las cosas, esta ansiedad perpetua ante el curso fatal de las horas y los días.
- El poema, la palabra esencial en el tiempo Para Machado, la poesía es un arte
eminentemente temporal: “La poesía es la palabra esencial en el tiempo”. De
este modo, une dos elementos contradictorios: lo esencial y lo temporal. La
poesía es la palabra que expresa lo que las cosas son (su esencia), pero a
través de mi contacto con ellas, con mi experiencia, con mi tiempo vivido.
- El agua. El agua del río, de la fuente, de la
lluvia…; su fluir constante se hace símbolo del fluir temporal y, por ello, de
la vida interior. Sin embargo, el agua puede representar la muerte, quieta en
la taza de la fuente o, a la manera de Manrique, en la inmensidad del mar al
que confluyen todas las aguas. Este tema-símbolo es quizá el que con mayor
insistencia y también con mayor hondura vivencial se reitera a lo largo de su
obra.
- La tarde. Este tema suele expresar el sentimiento
melancólico de la vez espiritual. Por ello, esta hora del día se suele
acompañar frecuentemente de adjetivos que connotan un estado de ánimo de
depresión espiritual (cenicienta, mustia, destartalada…) y que contribuyen a
personificarla, identificándola con su estado de ánimo. Al mismo tiempo, los
adjetivos referidos a colores que acompañan a la tarde y a los elementos del
paisaje de esa hora (rojos, cárdenos, rosados, violetas) se cargan por contagio
semántico de esas connotaciones de melancolía y tristeza.
- Los caminos. Los caminos están presentes en la poesía
de Antonio Machado desde sus primeras composiciones. El caminar errante, sin
meta prefijada, es ante todo un sentimiento de pesar sin consuelo, una
nostalgia de la vida que se va dejando atrás y que también participa en el
horror de llegar. Los caminos son, pues,
frecuentemente símbolos de la vida o bien aparecen asociados a ésta. Cuando
esto ocurre en el poema, el camino real se difumina, se borra hacia la lejanía,
hacia el futuro, del que nada podemos decir; y, al mismo tiempo, se convierte
en motivo de melancolía, de ensueño que trae recuerdos del pasado:
Yo
voy soñando caminos
de
la tarde . ¡Las colinas
doradas,
los verdes pinos,
las
polvorientas encinas!
¿Adónde
el camino irá?
Yo
voy cantando, viajero,
a
lo largo del sendero
-La
tarde cayendo está-.
“En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón”. […]
La
idea de que el camino no está hecho, sino que se hace a la vez que el acto que
lo realiza (“se hace camino al andar”) se ve reforzada por otras imágenes, como
la estela fugaz que se deja sobre el mar y que, al tiempo que se hace, se borra
de manera inaprensible, como el devenir temporal del hombre:
Caminante,
son tus huellas
el
camino, y nada más;
caminante,
no hay camino,
se
hace camino al andar.
Al
andar se hace camino,
y
al volver la vista atrás
se
ve la senda que nunca
se
ha de volver a pisar.
Caminante,
no hay camino,
sino
estelas en la mar.
- Los elementos del paisaje y
el tiempo vivido. En el
proceso de identificación del alma con las cosas del mundo, adquieren especial
relevancia en la poesía de Antonio Machado los elementos que conforman el
paisaje. En su paso por el tiempo, el poeta se relaciona con las cosas, y éstas
(el río, los árboles, el atardecer) adquieren un sentido nuevo, personal, en
relación con la experiencia vivida en torno a ellas. Se transfiguran en espejo
que refleja los estados del alma. En este sentido es singularmente destacado el
proceso que “sufre” el olmo. Las primeras referencias que se hace a este árbol
con meramente denotativas de su presencia en los parques. En el poema “A un
olmo seco” (CXV) se inicia el proceso de identificación de su alma con dicho
árbol, que continuará de formás más o menos implícita en otros poemas
(CC-CXXVI, CCCIII).
- El reloj. Machado se refiere siempre al reloj como un
objeto real, que mide mecánicamente el tiempo cronológico, por oposición al
tiempo psíquico del hombre, del poeta, que se había expresado con los símbolos
anteriores.
2) La muerte. Sus reflexiones sobre la muerte son la
derivación lógica de sus inquietudes sobre el tiempo, considerado éste como el
gran exterminador del ser humano. La muerte, además, se manifiesta de continuo
en forma de brevedad e inconsistencia de la vida, de decadencia de los hombres
y de las cosas, de los elementos de la naturaleza, bajo una serie de signos
variados como la destrucción, la enfermedad, la guerra o el crimen. Su actitud
vital ante ella es también diversa: desde la angustia personal expresada en
tantos poemas de Soledades, hasta la
melancolía e incluso la rebeldía por la muerte de la esposa, pasando incluso
por la identificación espiritual con el moribundo. Los símbolos relacionados
con este gran tema son múltiples: el mar, el ocaso, el otoño, la sombra, la
luna… El mar simboliza con frecuencia la ciega inmensidad de la muerte, lugar
al que confluyen todos los ríos de la vida, siguiendo la alegoría de las Coplas
de Manrique. A pesar de alguna pequeña esperanza ante la muerte expresada en
algún breve poema (por ejemplo CC-CXXII o CC-CXX), en el maestro sevillano se
palpa una honda turbación del espíritu: la angustia existencial ante la nada,
ante el no ser, que está desde el principio en su obra y se va acentuando con
el paso de los años.
3) Dios. La presencia de Dios en la obra de Antonio Machado es
imprecisa y variable en el tiempo y, sin embargo, ocupa en su pensamiento un
lugar significativo. Se trata de un Dios en el que no se puede creer aunque se
quiera; es el Dios añorado, soñado, deseado más que afirmado (poema LIX).
Aparte de esta figura, la de Cristo es mucho más cercana a Machado que ese
“Dios entre la niebla” que busca sin alcanzar. Jesucristo es en él el paradigma
del hombre, lo que éste tiene de humano y divino, de carne mortal que sueña la
inmortalidad, el triunfo sobre la muerte (La saeta CC-CXXX)
4) El recuerdo y el sueño. En Machado estos dos términos son, muchas
veces, equivalentes, ya que normalmente se refieren al soñar despierto con la
propia vida. En Soledades, galerías y
otros poemas, los caminos del sueño son galerías de espejos donde se
refleja la propia vida, donde el hombre que sueña intenta revelar el secreto de
su yo más íntimo. Las galerías del alma son símbolos predilectos de Machado
para representar esa parte de sí mismo que ignora. Pero en su poesía,
especialmente a partir de Campos de Castilla, el sueño no sólo emana del
hombre, sino de las cosas: sueña la naturaleza; y los elementos que la
conforman, convertidos en personificaciones, en proyecciones de su yo, también
sueñan. Sueñan la tarde, el campo, el agua de un río, de una fuente o de una
noria, los frutos, las estatuas, las rocas…
5) El amor. A lo largo de toda la obra se intuye el
deseo de Machado de amar y la necesidad de ser amado. Es una presencia
constante y, sin embargo, difícil de precisar en muchas de las composiciones de
su primer libro. Ahora bien, los poemas referidos a las dos pasiones de su vida
ocupan un lugar más importante en su producción: el de su esposa Leonor (en
Campos de Castilla y Nuevas canciones), cuya muerte provocaría los más
doloridos acentos del poeta, y el amor otoñal, pero apasionado, de Guiomar (en
el Cancionero apócrifo). De cualquier modo, el amor es para Machado un
sentimiento ennoblecedor que dignifica al amante, quien poseído de esa
exaltación espiritual comprende mejor la belleza del mundo y rescata las cosas
del olvido, del tiempo y de la muerte.
6) El tema autobiográfico. En numerosos poemas evoca Antonio Machado
su infancia, su juventud, sus amores, incluso sus experiencias de la vida
cotidiana. Pero no sólo aparece la biografía externa, sino especialmente, la
espiritual. De este modo, su poesía puede considerarse un diario de su propia
alma, una vida hecha verso, que así escrita puede hacerse eterna: la palabra
esencial en el tiempo; el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo. En
este apartado véanse los poemas III, V, VII, LXV o XCII de Soledades…, muchos
de Nuevas canciones y otros poemas de
su última etapa, puesto que este tema de la infancia desaparece casi por
completo en Campos de Castilla,
excepción hecha, claro está, del poema “Retrato” que abre este libro y que
concuerda con un uso de la época, que consistía en insertar el semblante del
autor como introducción a una obra.
7) El paisaje y el tema de España. En algunos poemas la visión que tiene del
paisaje Machado es puramente objetiva; sin embargo, en otros el paisaje se
convierte en símbolo del pasado histórico de Castilla o, incluso, los elementos
del paisaje castellano se transforman en símbolo de realidades íntimas. En Soledades… predominan los paisajes
interiores del alma, aunque no faltan aquellos en los que el paisaje es marco
para la expresión de sentimientos, generalmente relacionados con los estados de
melancolía. No obstante, en algún otro predomina la visión objetiva del
paisaje, que luego tendrá mayor desarrollo en Campos de Castilla; es el caso
del poema titulado “Orillas del Duero” (IX), en el que la subjetividad sólo
está presente en las exclamaciones finales. Otra forma de ver el paisaje
–castellano o andaluz- es como imagen del pasado histórico que se hace presente
a través del lenguaje figurado. Este recurso es manifiesto en muchos de los
poemas de Campos de Castilla (“A orillas del Duero”, CC-XVIII); de hecho, la
preocupación patriótica le inspira poemas sobre el pasado, el presente o el
futuro de España. De cualquier manera, Machado aporta un claro componente
subjetivo: proyecta sus propios sentimientos sobre aquellas tierras,
seleccionando lo que prefiere, que es lo adusto y acentuando, especialmente con
adjetivos, o lo que sugiere soledad, fugacidad o muerte. En cuanto a la tercera
forma de ver el paisaje, es decir, la identificación de los elementos del
paisaje con el alma, cabe hablar del paisaje como reflejo del mundo interior
del poeta, del estado de su alma. Esta nueva visión se infiere de su concepto
del tiempo como fluir interior. El poeta entra en diálogo con el mundo y
consigo mismo, en íntima comunión con el paisaje que describe y canta (CXIII-VII-VIII-IX).
1. El primer
período de la poesía de Machado es modernista y romántico a la vez con clara
influencia del simbolismo francés que conoce bien como traductor de Verlaine.
También se notan influencias de Rubén Darío. El tratamiento del paisaje y el
sentimiento de fracaso y de melancolía lo emparentan con Bécquer. Fruto de esta
influencia son sus primeras Soledades de 1903.
2. Segunda etapa.
Se caracteriza por la búsqueda de la superación del Modernismo unida a su
experiencia personal. En las Soledades Galerías y otros poemas, de 1907,
elimina las supervivencias modernistas, aunque mantiene algunos de los símbolos
más característicos de su poesía en un esfuerzo de depuración estilística. En
1907 escribe que “el elemento poético –pensaba yo- no era la palabra por su
valor fónico, ni el color, n i un complejo de sensaciones, sino una honda
palpitación del espíritu”.
3. La tercera etapa
supone una apertura a la realidad circundante, el paso del intimismo al mundo
exterior. Coincide con las preocupaciones del noventayochismo. El campesino
soriano materializa ese mundo exterior sobre el que el poeta reflexiona. El
símbolo se concreta en el paisaje de Castilla y en especial de Soria, aunque
Machado no ha perdido su capacidad de reflejar su intimidad. El libro que
materializa este momento es Campos de Castilla de 1912.
4. La cuarta etapa
será el Neopopularismo. Hay un agotamiento de su inspiración que testimonia en
varias ocasiones. Para llenar ese vacío se dedica al estudio de la filosofía
pura. Por esa época (años 20) se produce un movimiento de retorno a la poesía
popular (aparecen los estudios sobre el romancero de Menéndez Pidal, se pone de
moda la poesía de Lope y Gil Vicente a lo que se suman las ideas popularistas
provenientes del socialismo). Los Proverbios y Cantares que se incluyen en la
segunda edición de Campos de Castilla (1917) y sobre todo Nuevas Canciones
(1924) van en esa dirección. Para Machado la copla popular representará la
esencia de la poesía.
5. Quinta etapa de
reflexión y de inquietudes filosóficas. Crea el personaje de Abel Martín y
posteriormente el de Juan de Mairena como portavoces de sus teorías políticas,
literarias, educativas o filosóficas. Retoma el tema amoroso con un tono de
nostalgia por su imposible continuidad. Se trata de Canciones a Guiomar,
seudónimo de la dama con la que mantendrá correspondencia desde 1928 hasta
1936. 6. Etapa del compromiso con sus artículos y poesías de guerra. Fiel a sus
principios Machado se exilia al final de la Guerra Civil y morirá ‘ligero de
equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar” como había predicho en su
“Autorretrato”.
IV. OBRA POÉTICA
SOLEDADES
• Publicadas, las
primeras, en 1903, aunque salieran de la imprenta en 1902 (diciembre). Son 42
breves poemas de carácter netamente modernista y simbolista. El tema de fondo
es la muerte, reflejada en símbolos como el parque solitario la tarde
soñolienta, el crepúsculo, el color morado, las campanadas del reloj, la fuente
helada. No tiene las características de un libro primerizo.
• Soledades, Galerías y otros poemas se
edita en 1907. Se trata de una obra nueva. Conserva 29 poemas, con cambios
sustanciales y añade 66 hasta completar los 95. Es un libro heterogéneo, aunque
predomina el intimismo romántico (soledad, melancolía, angustia, muerte) Hay
poemas modernistas y románticos pero también personales y abiertos al mundo
exterior: “Hacia un ocaso”, “Al borde del sendero un día nos sentamos” y
“Anoche cuando dormía”.
- Los temas:
La
angustia.
-
El mundo infantil que añora.
-
El paso del tiempo y el ayer perdido irremisiblemente.
-
La juventud que no vuelve.
-
La nostalgia, el desengaño y sobre todo la muerte.
Las Soledades están
concebidas como un gran poema simbolista. La métrica es posmodernista, de
tendencia becqueriana, con rimas leves y el uso de variados metros y estrofas.
CAMPOS DE CASTILLA
• La primera
edición se publica en 1912, muy poco antes de la muerte de Leonor, últimos años
en Soria del poeta. El libro contiene el largo poema “La tierra de Álvar
González” que representa el cambio estético respecto de Soledades. Es palpable
la preocupación patriótica y social propia de la generación del noventayocho.
• En la edición de
1917 añade varios poemas relacionados con Leonor, con Baeza y el Guadalquivir y
algunos elogios. En 1928 publica sus Poesías Completas, considerada hoy el
corpus definitivo.
• En Campos de
Castilla la evolución es evidente. El poeta se abre a una concepción del mundo
y de la poesía. “un corazón solitario no es un corazón”. Afectividad y paisaje
castellano equilibran la estética de esta nueva obra. Los primeros poemas están
marcados por el paisaje, los hombres y la historia de Castilla, los últimos
recuerdan a Leonor, la marcha a Andalucía y la Gran Guerra, con un tono más
pesimista y desalentado.
• Los poemas de
este libro (1907- 1917) tienen una idea unitaria de acercamiento al problema de
España. La única estructura es la agrupación temática: o Poemas intimistas.
Machado refleja su pensamiento pesimistas y su angustia, sus preocupaciones religiosas
y existenciales. Cabe mencionar su “Autorretrato” y los poemas dedicados al
recuerdo de Leonor desde Baeza, con un hondo sentido que conmueve.
-
Poemas dedicados al paisaje. Cargados de simbolismo y subjetivismo por parte
del pota. El poema central es “Campos de Soria” una bella descripción del
paisaje con el que se identifica el poeta.
-
Aparece la preocupación por España y el momento histórico en el sentir más
noventayochista que hace de Castilla el símbolo de la España postrada. “A
orillas del Duero”, “Por tierras de España” son los más representativos. En los
Proverbios profetiza el enfrentamiento cainita: “Ya hay un español que quiere/
vivir y a vivir empieza, /entre una España que muere/ y otra España que
bosteza./ Españolito que vienes/ al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos
Españas / de de helarte el corazón”. El compromiso ético que manifiesta es el
punto de partida de la poesía social de la posguerra.
-
Contiene además La tierra de Álvargonzález es una crítica a la codicia y a la
envidia de los hombres que sólo produce miseria. Dos poemas impresionantes
dedicados a “Un loco” y a “Un criminal”. Los “Proverbios” que condensan la
sabiduría del pueblos. Y finalmente elogios a los personajes que admira: Giner
de lor Ríos, Miguel de Unamuno, Ruben Darío, Azorín, Valle-Inclán, Ortega y
Gasset y Juan Ramón Jiménez entre otros.
• Los metros y las
estrofas de gran diversidad sitúan la obra en la línea modernista aunque
alejada del intimismo de Soledades. Abundan los versos de arte mayor (dodecasílabos
y alejandrinos sobre todo) y es frecuente la rima asonante. Cuartetos-lira (en
endecasílabos) serventesios alejandrinos o estrofas de pie quebrado son un
perfecto muestrario de la métrica modernista. • El estilo es recargado y
retórico. La tendencia descriptiva ser refuerza con enumeraciones.
“NUEVAS CANCIONES”
• Las Nuevas
canciones se publican en 1924. Las completará en 1928 con otros poemas y
añadirá la prosa y el verso del Cancionero Apócrifo. Sustituye los metros
modernistas por la concisión de la copla y la esencialidad del soneto. Hay un
recuerdo de las tierras sorianas (Canciones de tierras altas y Canciones del
Alto Duero). Recoge un numeroso grupo de poemas en Canciones y en Proverbios y
cantares, persigue en ellos la brevedad y la agudeza de la copla popular. En un
poema a Ortega y Gasset confiesa que su poesía quedó truncada después de Campos
de Castilla, a la muerte de Leonor. Nunca pudo recuperar la ilusión poética y
se lamenta de su sequedad en la inspiración.
ÚLTIMAS OBRAS EN VERSO
• La producción
poética de Machado escasea a partir de 1924 mientras crece su producción en
prosa. Aunque no publica nueva obra sí incluye en las reediciones de los libros
publicados (Poesías completas) algunos poemas añadidos. Destacan los añadidos
en Cancionero Apócrifo (1924-1935) atribuidos a Abel Martín y Juan de Mairena.
También son de una gran belleza y equiparables a su época más fecunda los
breves poemillas incluidos en “Otras canciones a Guiomar” (CLXXIV).
• Entre 1936 y 1939
escribe lo que se conoce como Poesías de la guerra. Entre ellos (nueve sonetos)
destaca el dedicado a Federico García Lorca El crimen fue en Granada, “se lo
vio caminando entre fusiles…”. La guerra se convierte en tema omnipresente y la
desolación ante el enfrentamiento entre hermanos la nota predominante.
V. LENGUAJE POÉTICO DE ANTONIO MACHADO
Antes de comenzar
con un análisis detallado de las cuestiones más destacadas del lenguaje poético
de Antonio Macahdo, cabe hablar someramente de su arte poética (cfr. la Poética,
que el propio autor redactó en 1931 para la Antología de Gerardo Diego). Desde
los primeros escritos de Machado hasta sus últimas publicaciones, todo un
conjunto de textos, de reflexiones, de meditaciones o de notas breves expresan
ideas estéticas de una coherencia y continuidad sorprendentes. Todo su lirismo
está marcado por una ascesis y una fidelidad a sí mismo que le dan
precisamente, en gran parte, ese tono de sinceridad tan conmovedor y que tanto
impresiona a todos los lectores de Machado. Como decía Pedro Salinas en
noviembre de 1933: “Antonio Machado vuelve a publicar sus Poesías completas en
tercera edición. Ha adoptado el poeta para la entrega al público de su nueva
obra el procedimiento acumulativo que seguía Walt Whitman, de añadir cada unos
cuantos años a su obra ya anterior y conocida las nuevas poesías, unidas al
conjunto total de modo que el lector tenga siempre presente junto a lo más
reciente de la creación lo más remoto, lo inicial de ella. La poesía se nos
ofrece así como un ser vivo en toda su integridad, en la florescencia de todas
sus primaveras, en su cuerpo, tronco, y en sus últimas raíces”. En todas sus
composiciones se vislumbran los tres aspectos, diferentes y complementarios, de
la concepción del poeta según Machado: cantor herido por la fatalidad, cuya
melodía traduce los enigmas del corazón; hombre de reflexión, que medita sobre
el destino y la historia de su país, su obra es una forma de acción; más
profundamente, en fin, el poeta, a la manera mística, canta la canción del alma.
La poesía es, en definitiva, la expresión de la palabra esencial de los seres y
de las cosas, expresión de su verdad. De todos modos, el poeta sigue siendo
para él un ser solitario, atormentado, más que los demás hombres, por la duda,
por la incertidumbre, por la angustia. Aunque lleva dentro el germen de
expresiones diversas, si no contradictorias, el poeta es siempre un ser
consagrado al silencio, un ser que está a la escucha de algo que viene siempre
de otro sitio. Esta poesía, entendida así, se complace en recordar con
frecuencia: la subordinación del intelecto a la emoción, el predominio de la
intuición sobre el concepto, la búsqueda de una expresión justa, verdadera,
directa, sincera, sencilla, natural, casi humilde, podríamos decir, de las cosas,
de las ideas, de los sucesos, de los sentimientos; la concisión y profundidad
de la lenguaje; el rechazo de toda retórica, el despojamiento de todo artificio
y la búsqueda incesante de la expresión directa. Esta enumeración debe
completarse con algunos otros rasgos del lirismo de Machado: empleo moderado de
las imágenes, elegidas menos por su valor sensorial que por su valor emotivo;
deseo de la verdad y, sobre todo, importancia concedida a la voz íntima, al
acento personal, a la expresión del ser profundo; finalmente, intensa vibración
temporal de una poesía que quiere, a la vez, estar profundamente inscrita en lo
real y de acuerdo con los estremecimientos del alma. Véase esto en un
comentario de Juan de Mairena: “Sabed que en poesía –sobre todo en poesía- no
hay giro o rodeo que no sea una afanosa búsqueda del atajo, de una expresión
directa; que los tropos, cuando superfluos, ni aclaran ni decoran, sino
complican y enturbian; y que las más certeras alusiones a lo humano si hicieron
siempre en el lenguaje de todos”. “Esencialidad” y “temporalidad”: estas dos
palabras, puestas de relieve por Machado mismo, pueden, al mismo tiempo,
definir la naturaleza y la calidad de su lirismo y mostrar el sentido exacto de
su evolución a través de los años. Todo ello, resumido en una incesante
búsqueda de la expresión personal, unida a la espontaneidad de la inspiración;
se trata de ser verdadero, es preciso dejar que hable sencillamente el corazón
propio. Por esta razón, conviene evitar el riesgo de que el arte llegue a ser,
para sí mismo, su propio fin. La inspiración poética debe brotar del contacto
directo con la naturaleza, y no tener su origen en el arte. Todas estas
exigencias dan su rostro original al lirismo de Machado; todo concurre en él
para traducir la desnudez pura del alma. Rechazando toda retórica:
“MAIRENA: Señor
Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: “Los eventos consuetudinarios que
acontecen en la rúa”.
El alumno escribe
lo que se le dicta.
MAIRENA: Vaya usted
poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después
de meditar, escribe: “Lo que pasa en la calle”.
MAIRENA: No está
mal.”
Este arte rechaza
tanto el romanticismo sentimental como la estética barroca y conceptista. Este
arte, hecho de sencillez y sobriedad, implica así, con toda naturalidad, el
rechazo de otras estéticas que conceden más valor a la belleza formal, a la
abundancia y a la ornamentación del discurso, a la exuberancia o a la música de
la expresión: el arte modernista o el arte barroco. Por un lado, Machado fue
rebelde con su pasado áureo; arremetía contra el que veía como artificioso
barroco, seguramente por no querer aceptar la nueva devoción de los jóvenes del
27, y en búsqueda de un nuevo camino que fuera otra cosa, mucho más sencilla,
más cercana a todos, noria que recogiera en sus cangilones el tiempo que fluye
y al mismo tiempo que fuera música, música popular, canción. Mairena les decía
a sus alumnos: “Poesía, señores, será el residuo obtenido después de una
delicada operación crítica, que consiste en eliminar de cuanto se vende por
poesía todo lo que no lo es”. Pura alquimia, claro está. Antes les había dicho:
“Nosotros, meros aprendices de poeta, debemos elegir, para nuestros ejercicios
de clase, formas sencillas y populares, que nos pongan de resalto cuanto hay de
esencial en el arte métrica”. Por otro lado, la admiración profunda que Machado
sintió siempre por Rubén Darío corre pareja con una reticencia cada vez mayor
frente a la estética modernista, cuyo guía genial había sido el poeta
americano. Si, a pesar de todo, al iniciar su carrera, cedió a las seducciones
del lenguaje bello, no por eso deja de expresar Machado vivas condenas de las
florituras superfluas, de la decoración excesiva o de relumbrón, de las
sonoridades ruidosas. En palabras del poeta sevillano: “Como valor absoluto,
bien poco tendrá mi obra, si alguno tiene; pero creo –y en esto estriba su
valor relativo- haber contribuido con ella, y al par de otros poetas de mi
promoción, a la poda de ramas superfluas en el árbol de la lírica española, y
haber trabajado con sincero amor para futuras y más robustas primaveras.” De
ahí que para él la poesía deba ser la expresión del sentimiento de todos los
hombres, del pueblo, del corazón humano; y es que, en efecto, Machado siente
gran amor al pueblo, que es, según él, la verdadera fuente de la poesía; el
folklore, a sus ojos, es la expresión misma del alma del pueblo. En lo que
respecta más específicamente a las características concretas de su lenguaje
poético, son numerosas las declaraciones de Antonio Machado que afirman su
gusto por la sencillez, la naturalidad, la expresión directa y no alambicada;
declaraciones donde se observa una clara voluntad antirretórica. En el exordio
de su proyecto de discurso de ingreso en la Academia, afirmaba: “Quiero deciros
más: soy poco sensible a los primores de la forma, a la pulcritud y pulidez del
lenguaje, y a todo cuanto en literatura no se recomienda por su contenido. Lo
bien dicho me seduce sólo cuando dice algo interesante, y la palabra escrita me
fatiga cuando no me recuerda la espontaneidad de la palabra hablada”. Al punto
se reconocen la seducción y el encanto que el lenguaje poético de Machado
produce en sus lectores: su acento, su tono, su voz, su indecible calidad del
alma o del espíritu: sencillez, gravedad, humanidad. Y su verso está forjado de
manera única, inimitable, insustituible. Más que un estilo o un léxico, lo que
distingue a este poeta es un registro de la emoción a medio camino entre la
expansión lírica y el monólogo interior, una voz que busca como un diálogo
íntimo y fraternal, una voz que se alza al borde del silencio y como si
estuviera siempre amenazada. Algunas de las líneas esenciales de este lenguaje
poético son:
1. El léxico. Machado tiene, evidentemente, un
vocabulario predilecto. Puede agruparse en torno a algunos temas, algunos
sentimientos, algunas percepciones.
a)
El sentimiento de la vejez, de la
melancolía, de la muerte; la intuición aguda, y jamás desmentida, de que todo
se rompe, todo se marchita y todo se destruye, incitan no sólo a la repetición
incesante y como obsesiva de la palabra viejo, sino de toda una serie de
palabras o de expresiones que dicen de la decadencia de las cosas o de los
seres humanos: parque mustio y viejo; viejas cadencias; la vieja angustia; la
amapola marchita; una tarde cenicienta y mustia…
b) A estos términos se añaden las palabras que
traducen la angustia, el hastío, el tedio, de la juventud, sobre todo, del
poeta: hastío, melancolía, monotonía…
c) A este desasosiego corresponde un universo
en que abundan los tonos sombríos,
apagados, grises, negros, polvorientos: los colores de la angustia y el
hastío de vivir: la plaza en sombra; viejo paredón sombrío; cerros cenicientos;
cerros de plomo y de ceniza…
d)
Pero el universo poético de Machado no se reduce a estos tonos de
desesperación. Muy al contrario, hay en él una sensibilidad muy viva para la luz del día en sus distintas tonalidades
y momentos: una tarde clara; un alba
pura; un huerto claro; al claro sol de estío; la tarde arrebolada; el iris en
la luz… Machado es simultáneamente el poeta de la sombra y el poeta de la
luz. Además, los colores son en extremo diversos y matizados, como en la paleta
de un pintor, colores resplandecientes, chillones: el oro, la púrpura, el
fuego, el encarnado, el bermejo, el naranja, el rubí… totalmente el estilo de
la escuela parnasiana y modernista.
e)
Así mismo, uno de los temas fundamentales de la inspiración poética y de la
reflexión de Machado, el tiempo,
provoca el empleo de un vocabulario específico pero reducido: los adverbios de
tiempo están altamente valorados: hoy, mañana, ayer, todavía, nunca, jamás, ya.
Pero un aspecto del lenguaje poético del poeta sevillano es la atracción
recíproca que estas palabras, y muy particularmente los adverbios hoy y ayer,
ejercen entre sí; a esto se añade, a veces, una asociación con mañana: Hoy es lo mismo que ayer; hoy dista mucho de
ayer; ¡Ayer es nunca jamás!; del Hoy que será mañana, del ayer que es / Todavía…
f)
Esta agudeza con que el poeta percibe el fluir del tiempo, esta inquietud
radical, no son ajenas, sin duda, a la manera de percibir Machado el mundo:
alternancia también, sin fin, entre el
ensueño y la realidad. De esto da cuenta igualmente su lenguaje: las
campanas suenan; el soñoliento llano; el campo en sueños; El mar es un sueño
sonoro…
g)
Toda una parte de la atención de Machado se dirige al alma, a lo sobrenatural, atraída por un mundo
espiritual maravilloso o fantástico. Todo un léxico obsesivo, y nunca
totalmente abandonado, da cuenta de esto; tres palabras, sobre todo, son
reveladoras: mágico, hada, fantasma.
h)
Tres aspectos señalados manifiestan su deseo de comunión íntima con lo que le
rodea; primero, se observa en la frecuente humanización
de las cosas, de los objetos, de los paisajes: el agua clara que reía; cárdenos nublados congojosos; Hierve y ríe el
mar… Segundo, es el empleo de
diminutivos, que son quizá una herencia inconsciente de Andalucía, cuya
alma traducen perfectamente: A la
orillita del agua; figurillas; florecillas; olitas; doncellitas; pradillos;
abejicas; momentín… El tercero es el
empleo de la exclamación, uno de los rasgos más peculiares de este poeta
que no abandonará jamás, puesto que le permite traducir su emoción ante los
objetos, los seres humanos o los acontecimientos: ¡Hermosa tierra de España!; ¡Oh, flor de fuego!; ¡Tierras de la luna!...
Con este gusto persistente por la exclamación, se puede relacionar también
el uso frecuentísimo de la interrogación, que da a sus versos un tono personal.
i) Machado es también muy aficionado a las palabras raras o a los arcaísmos, que
descubren en el poeta un amor a las cosas o a las formas de expresión de
tiempos pasados y quizá estas palabras revelen también aspectos del alma eterna
de la patria: tálamo; guzla; cantiga;
trovas; gayos, lascivos decires… De todos modos, el vocabulario de Machado,
abundante, sin riqueza excesiva, es sencillo, natural, inteligible, en
conjunto, para un público amplio; el mundo concreto (paisajes, animales,
plantas) impone un léxico preciso y variado. Obsérvese también la táctica
machadiana de colocarnos, mediante el astuto emplazamiento de los
demostrativos, ante una sensación concreta, determinada, de la que es muy
difícil zafarse.
2. Algunos procedimientos estilísticos, a los que el poeta recurre con frecuencia,
atestiguan el mismo deseo de encantar a su lector, o bien de sorprenderlo,
intrigarlo o fascinarlo. Machado emplea generalmente con mesura, sin abuso,
procedimientos estilísticos o retóricos que libran a sus poemas de toda
impresión de monotonía:
a.
por ejemplo, la repetición de palabras o expresiones que produce un efecto de
insistencia, de obsesión o de encantamiento: Campo, campo, campo; esta tierra
de olivares y olivares… O sirve para imitar un movimiento: Se vio a la lechuza
/ volar y volar. O trata de reflejar una emoción tan fuerte que resulta
indecible: ¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!
b. También el empleo de giros populares
pertenecientes a la lengua familiar: y lo mismo que nosotros / otros se
jorobarán; Y van / las habas que es un primor.
c.
E incluso el uso de símbolos, que se convertirán en el universo imaginario de
Machado: el agua, el fuego, el aire, la tierra, la fuente, la galería, el
camino, el espejo, el mar… Toda la poesía de Machado está recorrida por estas
intuiciones vivas y frágiles que revelan que la realidad, por la metáfora, la
imagen o la comparación, debe ser una conquista del lenguaje.
3. La métrica merece también una atención especial en la
caracterización del lenguaje poético de Machado: variedad extraordinaria de metros
y estrofas y, al mismo tiempo, natural y espontánea; armonía intensa de los
poemas, acentuada a veces por rimas internas; armonías vocálicas; mezcla, muy
sorprendente, de tradición y modernidad, de ecos clásicos y populares.
a.
En lo que se refiere a los metros utilizados, en Machado se hallan nueve
variedades de versos: el octosílabo y el endecasílabo –los dos metros básicos
de la tradición poética española- son los dos preferidos; el último se suele
combinar con el heptasílabo. Además, Machado nunca practicó el verso libre, al
contrario de las corrientes artísticas que lo preferían. Él mismo dijo: “Verso libre, verso libre… / Líbrate, mejor,
del verso / cuando te esclavice.”
b.
En cuanto a las estrofas, Machado cultivó el soneto, el cuarteto y la
redondilla; del Modernismo, recibió el pareado en metros largos y las silvas
semilibres, y de la tradición popular recogió el romance (con versos
octosílabos, hexasílabos, endecasílabos e incluso alejandrinos), la cuarteta,
la seguidilla y la soleá. Otra forma estrófica muy grata al maestro es la silva
arromanzada, serie de endecasílabos y heptasílabos libremente combinados, con
asonancia en los versos pares; es muy común en sus dos primeros libros y
desaparece en el Cancionero apócrifo. Así mismo, numerosas modalidades de
cantares recuerdan la profunda impregnación folclórica del poeta. Utiliza
frecuentemente con muchas variantes rítmicas coplas, cuartetas, soleares,
playeras, soleares y seguidillas.
VI. OBRA EN PROSA
Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y
recuerdos de un profesor apócrifo (1936)
En
1936, en las proximidades de la Guerra Civil, Antonio Machado publica un libro
en prosa: Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un
profesor apócrifo. Lo componen una serie de ensayos que venía publicando
en el Diario de Madrid a partir de 1934. Juan de
Mairena se publicó por entregas en este periódico a partir del 4 de
noviembre, y después en El Sol, desde el 17 de noviembre de 1935
hasta la edición de los artículos en forma de libro, en mayo de 1936. Luego,
Machado continúa la publicación de las prosas de Juan de Mairena en
la revista mensual Hora de España, desde su primer número en enero
de 1937 hasta el último en octubre de 1938. Este volumen muestra que el autor
es uno de los más originales prosistas del siglo XX. Aquí Machado utiliza como
representante de sus pensamientos a uno de sus dos poetas
"apócrifos", inventados a finales de los años veinte (el otro es Abel
Martín). (Enciclopedia Libre Universal en Español).
El
termino “autor apócrifo” significa un autor ficticio o de la autenticidad
cuestionable, y en el caso de Juan de Mairena está representado en la figura
del profesor informal. De hecho, él es una auto caricatura del propio Antonio
Machado. Los pensamientos de Juan de Mairena reflejan las ideas de Machado.
Según
José M. Valverde, Antonio Machado define su protagonista apócrifo así: Juan de
Mairena es un filósofo cortés, un poco poeta y un poco escéptico, que tiene
para todas las debilidades humanas una benévola sonrisa de comprensión y de
indulgencia. La gusta combatir el snobismo de las modas en todos los terrenos.
Mira las cosas con su criterio de librepensador, en la más alta acepción de la
palabra, un poco influido por su época, la de fines del siglo pasado, lo que no
impide que ese juicio de hace veinte o treinta años pueda seguir siendo actual
dentro de otros tantos años.
A
través de las páginas de Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y
recuerdos de un profesor apócrifo, Antonio Machado habla sobre la sociedad, la
cultura, el arte, la literatura, la política y la filosofía. Usa una gran
variedad de tonos, que van desde la aparente superficialidad hasta la gravedad
máxima, incluyendo la ironía, la gracia, el humor, escepticismo, etc.
VII. FOCOS DE INFLUENCIA EN LA POESÍA DE
ANTONIO MACHADO Y SIGNIFICACIÓN DE LA MISMA EN LA LÍRICA POSTERIOR
En 1969 la UNESCO
declara a Antonio Machado “Poeta de los
valores universales” y reconoce en él “el valor universal de su obra”, ya
que “continúa siendo hoy una fuente de inspiración para las nuevas
generaciones”. Después de la Guerra Civil española, algunos poetas, como Blas
de Otero, vuelven hacia Machado y lo convierten en el más alto ejemplo de
poesía y de humanidad. Precisamente un crítico del 27 como Dámaso Alonso dirá
por entonces: “Era, ante todo, una lección de estética […]. Y era una lección
de hombría, de austeridad, de honestidad sin disfraces ni relumbrones”. Debe
hablarse, pues, de una inagotable vigencia a través de la proyección de su
poesía en las distintas generaciones que le han sucedido hasta hoy.